lunes, 25 de marzo de 2019

Duki, Modo Diablo y su carrera como artista


Mauro Ezequiel Lombardo nació el 24 de junio de 1996 en el barrio de Almagro, en una casa de clase media modesta atravesada por el impulso artístico, más allá de que sus padres finalmente optaran por perseguir otros rumbos en lo profesional. Sandra (51), su mamá, es una abogada independiente especializada en derecho laboral y una cantante aficionada que empezó a tomar clases con un profesor recién hace cinco años. Guillermo (51), su papá, siempre quiso ser diseñador gráfico, pero no pudo terminar la carrera: en el medio tuvo que salir a trabajar. (Entre los varios empleos que tuvo, muchas veces simultáneos y en general relacionados a lo administrativo/contable, pasó por una farmacia, un par de bancos y un estacionamiento.) Además, Duki tiene un hermano mayor, Nahuel (27), ingeniero de sonido recibido en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, y una hermana menor, Candela (18), que está terminando el secundario y quiere estudiar Diseño de Indumentaria.

Cuando Sandra y Guillermo se divorciaron en 2011, la familia ya vivía en el PH de Paternal en el que Duki pasó su adolescencia, una planta baja al final de un pasillo de ladrillos larguísimo, a unas cuadras del Estadio Diego Armando Maradona, la cancha de Argentinos Juniors. Duki repitió segundo y cuarto año (cuarto, de hecho, lo repitió dos veces) y, pese a la insistencia de su mamá, nunca terminó la secundaria: era un estudiante tipo Bart Simpson, que disfrutaba de confrontar a sus profesores tanto como de faltar a clases para irse a andar en longboard por Puerto Madero o a fumar marihuana con sus amigos.


A Duki la actuación en los Gardel le costó un poco porque, como casi todos los artistas de trap –esa evolución oscura del rap que en los últimos meses pasó a dominar todos los charts del mundo por artistas como Drake, Bad Bunny y Cardi B– él suele tocar acompañado apenas por un DJ que dispara las pistas sobre las que suelta sus rimas. “Y ese día el sonido de la orquesta era tan inmenso que me comió. Pero subí a cara de perro y ¡pum! Lo hice”, dice, acomodándose su jopo teñido de fucsia. “A mí me gustaDragon Ball desde chico y jodo mucho con el ki, con la energía. Bueno, acá había un montón de vagos que tocan de la hostia liberando ki a lo loco. Fue una locura.”

En el último año, este fan del animé y los videogames se convirtió en una figura ineludible para la industria de la música argentina, principalmente gracias al éxito bestial de sus tracks en plataformas digitales como Spotify y YouTube, y también por su poder de convocatoria. Por ejemplo: el video más reciente de Abel Pintos –una versión de “El adivino” en vivo en la cancha de River– tiene cerca de dos millones y medio de reproducciones, mientras que los cuatro que Duki lanzó este año (“Rockstar”, “Si te sentís sola”, “Quavo” e “Hijo de la noche”) promedian 30 millones cada uno. En Spotify, Lali Espósito tiene un millón de oyentes mensuales; Duki, cuatro millones. En abril, el show de Charly García en el Gran Rex fue sold-out en 10 minutos, y el de Duki, que tocó en el mismo lugar en mayo, bueno, tardó un poco más pero también se agotó. Apenas se supo que no quedaban más entradas, Duki anunció un Luna Park para octubre.

Elijan al artista más popular del género que quieran y es muy probable que a Duki le esté yendo mejor. Su ascenso es tan vertiginoso que tanto la industria como el público están teniendo problemas para interpretar el fenómeno. Sony y Universal lo quisieron fichar, pero Duki literalmente se les rio en la cara: no estuvieron ni cerca de llegar a un acuerdo. “El director de Sony me citó y básicamente me ofreció un contrato para robarme”, dice Duki. “Y a la presidenta de Universal, le dije: ‘Mirá, la voy a hacer corta: yo no soy Lali Espósito, yo no quiero fama. Yo soy un pibe que viene de no tener nada, y quiero ser una leyenda musical, ¿entendés? Yo tengo más hambre que toda la gente que está en este edificio. Me voy a comer el mundo. No quiero un contrato pop, no soy Sebastián Yatra, que lo vas a poner a hacer prensa. Las bolas. Yo voy a hacer mi música y lo único que necesitás es eso’.”

En se sentido, su actuación en los Gardel fue el primer intento medianamente exitoso de la industria por incorporar a Duki al canon de la música argentina, y él irrumpió gritando las frases provocativas de “Rockstar” con la misma actitud arrolladora con la que posa en la tapa de esta edición de Rolling Stone .

Los detractores, por supuesto, no tardaron en aparecer. El video de YouTube de su presentación está lleno de comentarios cargados de bronca que lo acusan de cantar con Auto-Tune, el software que permite corregir los problemas de afinación en la voz, pero también es parte de la estética sonora del trap. Duki no solo no lo oculta, sino que usa el Auto-Tune como un instrumento, y el propio Charly García, en su breve discurso de aceptación del Gardel de Oro esa misma noche, dijo: “Quiero dedicar este premio a Gardel, María Gabriela Epumer, el Flaco Spinetta, el Negro García López, Prince, Cerati… Y hay que prohibir el Auto-Tune. Muchas gracias”.

“Si es por mí, Charly me puede decir que soy un mocho de mierda hijo de mil putas, y va a estar todo bien”, dice Duki, que se enteró de los dichos de García a la mañana siguiente, cuando su hermana compartió una nota de la revista Pronto en el grupo de WhatsApp familiar. “Lo amo. Lo fui a ver a Vélez en 2009, ese día que no paró de llover, y la rompió. Ahora estoy por sacar un tema [‘Ferrari’] en el que digo: ‘Demoliendo hoteles como Charly’. Lo respeto y lo quiero tanto que ni le respondí.”

Duki está tan arriba en este momento que siente que no contestarle a Charly García es hacerle un favor. Y probablemente tenga razón.



Duki rechazó ofertas de los grandes sellos. "Les dije: 'Yo tengo más hambre que todos ustedes. Me voy a comer el mundo."













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